¿Friki o Hater?

 

Finales de 2019:
Gracias al auge de las adaptaciones cinematográficas, series de TV y diversas manifestaciones populares, la autodenominada subcultura friki (geek) ha pasado del casi oscurantismo y a los que la conocían de sufrir cierto rechazo social a alcanzar altos niveles de popularidad entre un público mayoritario.
¿Ha llegado la era del friki? ¿Estamos en un paraíso o en un infierno?
Ni de coña diría yo.
Siempre han existido rivalidades entre distintas aficiones frikis y salvo casos puntuales, no solía llegar la sangre al río. Star Wars vs Star Trek, DC vs Marvel, El Señor de los Anillos vs otras fantasías heroicas, Harry Potter vs casi todo... Aunque no parecía nada preocupante. Los fandoms frikis distaban mucho del nivel alcanzado por los deportivos.

Antes de profundizar quiero dejar clara una cosa porque no quiero ser acusado de hipócrita. Llevo a gala mis afectos y odios. Soy apasionado con lo que me gusta pero nunca destructivo con lo que no. ¿Para qué?

Antes de la explosión definitiva de Redes Sociales como Twitter, estaban los foros de cómics y demás y aún sin la repercusión de estas, servían de punto de reunión para compartir aficiones. Allí fue donde empecé a descubrir el lado oscuro y tóxico de los fandoms.
Fue un shock descubrir que existía gente que considerándose frikis, disfrutaban más destrozando lo que supuestamente les gustaba o más bien lo que les gustaba a otros que con su afición en sí.
Muchos de estos "doctores" se escudaban en haber madurado, en el toque infantil de muchos productos y en un espíritu crítico. Hipercrítico diría yo. Y usaban estos argumentos para atacar no sólo a toda obra que no les encajaba en sus patrones. También los que no opinaban como ellos, eran objeto de su furia.
¿Eran frikis realmente? ¿O eran lo que se llamaba haters o trolls y su única meta era tocar las gónadas amparados en el anonimato de Internet o en un nick?
Por esta época elaboré mi teoría del Friki Arrepentido de la que he hablado en alguna ocasión. Lo curioso es que luego descubriría que muchos de estos aún afirmaban serlo sin serlo.
Esto sólo fue el principio.

Tiempo después, entré en los chats de las wikias de Marvel y DC y allí seguí sorprendiéndome. A todo lo anterior descubierto en los foros, había que sumarle un nuevo tipo de hater/troll: El ignorante.
Gente llegada al mundo del cómic vía cine se permitían criticar, desdeñar y atacar obras que desconocían y las personas que podían haberles ayudado en su iniciación de haberlo querido. No tardé mucho en bajarme de allí.

No mucho más tarde llegué a Twitter con la intención de promocionar mi trabajo y las charlas sobre cómics que estaba dando en la librería Historietas junto a mi amigo y colega Lázaro.
Lo experimentado hasta entonces sobre mal rollo se multiplicó exponencialmente. Ya no la guerra de fandoms de siempre o el acecho de trolls y haters. Cualquier comentario ú opinión del tipo que fuese podía ser descontextualizada o no y ser blanco para replicas y ataques injustificados. Los que sois usuarios de Twitter sabéis a lo que me refiero al decir de todo tipo. Ejemplos
X habla de su vida personal y familiar y millones de desconocidos se atreven a opinar y le echan encima con una "verdad absoluta" justificada para ellos.
En el caso de fandoms frikis es aún peor. Opinión a favor o en contra sobre una película o serie, sobre un autor o director e incluso un simple "me gusta" o "no me gusta" puede ser atacada con la mayor de las sañas.
Recuerdo que un magnífico programa de radio trató de ofrecer una visión feminista y en contra de la sexualización que ha predominado en el género de los superhéroes y la ciencia ficción y de pronto empezaron a surgir lectores ofendidos, masculinos en su mayoría de debajo de las piedras. Muchos de ellos perdiendo los papeles y la educación. Pocos fueron capaces de ver el tono humorístico que rodeaba el programa o la aportación que al mismo estaba haciendo una reconocida divulgadora del cómic en nuestro país como invitada. ¿Tan difícil es respetar? Compartes una opinión, genial. No, también. Las descalificaciones personales sin argumentos están totalmente fuera de lugar.

Defender la libertad de expresión también te convierte algunas veces en objetivo.
¿Qué más da que una persona que desconoce una obra, hable de oídas de ella y erróneamente? ¿Merece por ello un linchamiento público y convertirse en trending topic?
Desde mi punto de vista, no.

Nada ni nadie está libre de una caza de brujas en la red del pajarito. Varios miembros de la Patrulla Friki (mi familia tuitera) y un servidor nos hemos vuelto dianas humanas por opinar contra fuertes sectores de esos fandoms que como si de mentes colmena se tratara, no conciben de ningún modo que se les lleve la contraria y mucho menos que se les exponga públicamente como lo que son, unos adultos que se comportan como en un patio de colegio. Personas que no han aprendido absolutamente nada de lo que dicen amar y que acosan en manada con el reduccionismo al absurdo como único argumento.

Y si eso nos sucede a los que somos personas anónimas o desconocidas, no se puede comparar con el acoso que sufren actrices, actores, directores e incluso adaptaciones que no se ajustan a la visión más o menos cuadrículada que algunos se montan en sus cabezas.
Personajes populares han tenido que huir/dejar las redes o echar el famoso candado por motivos tan ridículos como supuestamente polémicos.

¿De verdad se hace todo esto en nombre de la pasión por productos de la cultura popular?
¿En qué momento gente que ha podido ser víctimas de bullying se han convertido en los verdugos y matones de las Redes Sociales?
¿Puede sobrevivir el mundo del ocio a que se aniquile cualquier cosa desde el momento que es noticia?

Ya está bien de tratar de justificar lo injustificable en nombre del antes mencionado espíritu hipercrítico. Todos tenemos opiniones pero algunas no sólo no aportan nada. También son dañinas y fomentan el odio.
Respetar y argumentar son cimientos básicos de toda comunicación. Si no existe, hablamos de monólogos o peor aún, de regurgitar como loros lo que otros han dicho antes desde unos falsos púlpitos en los que se les ha encumbrado.



Matías González Alarcón

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